Fue una brevísima escapada de menos de 24 horas a los campos
de lavanda de Brihuega. Detallaré los datos de los campos que visitamos y el
lugar de pernocta por lo que este relato se quedará limitado a poco más que un
breve reportaje fotográfico.
Nuestro destino era Brihuega y nuestra llegada estaba
prevista para la tarde tratando de evitar el calor que nos venía castigando
desde hacía días, aunque en el día escogido, disfrutamos de un breve paréntesis
que nos permitió visitar los campos sin sentir los rigores del julio en los
campos de Castilla la Mancha.

Después de esta breve parada nuestro destino fueron los campos 1 y 2, en la carretera Gu-925, coordenadas 40.75763, -2.78483.
Estos campos están a ambos lados de la carretera aunque disponen de aparcamientos, también a ambos lados, su tamaño es reducido aunque encontramos sitio.
El primer campo visitado se extiende a lo largo de una suave
loma por lo que la vista asciende entre los surcos sembrados de morado. Nosotros
caminamos subiendo entre las hileras moradas de lavanda y el zumbido de las
abejas, hasta perder de vista a la gente e internarnos en otro campo anexo. Y aquí la soledad fue completa por lo
que pudimos disfrutar de la magia del color.
Tras la puesta de sol y de disfrutar de esa luz sobre los
campos, regresamos a Malacuera, una localidad muy pequeña y muy tranquila
(40.754186, -2.829746) en una especie de explana abierta donde decidimos pasar
la noche.
A la mañana siguiente nos dirigimos a Brihuega y tomamos la CM 2005. A lo largo de ella tenía señalados tres lugares distintos, pero adelanto que el único que existe y merece realmente la pena son los campos 3 y 4 en las coordenadas 40.788886, -2.850719 donde hay habilitado un gran aparcamiento donde permiten la pernocta. Allí había dos o tres autocaravanas.
Se trata de una gran extensión, llana donde la vista se pierde entre el morado de las lavandas que se extienden por los surcos hacia el horizonte donde se recortan los picos de una sierra. Creo que el atardecer y amanecer en este lugar deben ser muy hermosos. Yo rechacé pasar aquí la noche porque pensé que podríamos estar solos y al estar en la misma carretera quedábamos muy expuestos, pero sin duda las vistas merecen la pena.
Y caminamos por los surcos alejándonos de la carretera, de
la gente, que aunque no había mucha, si “contaminaban” la vista de este paisaje único donde el hombre y la
naturaleza se han sumado consiguiendo una
belleza que llena el alma.
Y al igual que ayer, hay algo que reina alrededor además del color violeta de las lavandas: el sonido del zumbido de los miles de abejas que trabajan afanosamente recogiendo el néctar de las pequeñas flores que forman otra mayor. Ellas van y vienen. Su trabajo en cada una es de segundos, apenas puedo fotografiarlas y van de una a otra. No parece que las molestemos, ni ellas a nosotros.
Y de vez en cuando nos detenemos para girar sobre nosotros mismos y contemplar la
belleza del paisaje que nos rodea. Escuchar a la vez el sonido de los insectos,
es toda una experiencia y un sencillo placer, maravilloso y gratuito como todos
los mejores.
Y no dejo de agradecer a los agricultores las facilidades que dan al visitante para compartir este lujo que nos ofrece su trabajo y la naturaleza.
Continuamos por esta carretera en busca de los otros dos lugares
que tenía anotados, pero no hallamos ninguno más. Y lo mismo ocurrió en dirección
a Muduex por la CM 100 donde estaban los campos 35 y 36, pero para nuestra
decepción, no encontramos ninguno, ni siquiera signos de que en su día hubieran
existido.